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‘Tiempo de silencio’: una obra sobre la España de la posguerra

Desde el pasado 26 de abril, el Teatro de La Abadía de Madrid acoge la primera adaptación teatral de Tiempo de silencio, la novela de Luis Martín-Santos. Rafael Sánchez se encarga de dirigir este montaje que, según dice, fue una propuesta de José Luis Gómez.

He de confesar que, en un principio, la idea de una adaptación teatral me parecía imposible. Durante mi época adolescente recuerdo haber hojeado una y otra vez las primeras páginas de este texto, considerado por muchos uno de los más importantes, influyentes y rompedores de la narrativa del siglo XX. Tuvieron que pasar un par de años hasta que me decidí a descifrar aquella ebullición de pensamientos y realidades en su totalidad.

En la novela, Luis Martín-Santos narra una serie de acontecimientos trágicos que se suceden en plena posguerra española con la intención de describir la pobreza material y espiritual del hombre y de toda una época.

Para mi sorpresa, Rafael Sánchez no solo se mantiene fiel al texto, que adquiere gran importancia en la adaptación, sino que también es capaz de reflejar su complejidad formal a través de la iluminación, la escenografía y el trabajo de actores.

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Narradores y actores

Cuando el espectador entra en la sala, se enfrenta al escenario desnudo y a seis actores, tres mujeres y cuatro hombres, que, sin ropajes ni adornos, se van transformando en los diferentes personajes. Se produce un encuentro íntimo entre actor y espectador, la magia del teatro.

Los actores nos confrontan desde un primer momento, nos miran desde la tarima, nos recitan los pasajes más poéticos y oscuros de la novela.

En este sentido, destaca el perfecto equilibrio entre representación y narración, que facilita la labor de comprensión al espectador dejando a su vez margen a la libre interpretación, las dudas y la reflexión.

A medida que la representación avanza, los personajes van mostrando actitudes y comportamientos animales, lo que, por cierto, provoca el extrañamiento y la risa del espectador al mismo tiempo. Al fin y al cabo, hablamos de la decadencia del ser humano, que no puede buscar otra cosa más allá de sobrevivir. Brilla la interpretación de la mujer buscavidas, la madama, la alcahueta, lo que denota la importancia de los personajes femeninos en la novela.

Escenografía sobria y poderosa

Como la novela, la representación se desarrolla a modo de collage, a través de la intercalación y superposición de los diferentes relatos y personajes.

Sobre las tablas, los cambios abruptos entre escenas, junto con los cambios en la música, los sonidos, los cánticos y el volumen del espectáculo, transmiten el caos y, sobre todo, la sordidez de las situaciones que se nos presentan. El espectador se encuentra, como los personajes, agobiado y, por momentos, incómodo.

No obstante, cuando esto sucede, la representación ya le ha atrapado por completo. Somos uno más y trasladamos la crisis de posguerra a los conflictos de nuestro presente.

El protagonista, Pedro, se ve corrompido por una sociedad marcada por el hambre y la miseria, entre burdeles, chabolas y delincuencia, y por sus propios instintos, que se desatan irremediablemente en medio de esta confusión.

La iluminación del espectáculo no solo evoca los diferentes espacios en que la acción se desarrolla, sino que contribuye a esa lucha entre la oscuridad y la luz, entre las dos caras del hombre, entre la integridad y el egoísmo, entre la acción y la pasividad.

Un mensaje repleto de preguntas

Martín-Santos nos proporcionaba con su novela un escaparate y una denuncia a su realidad. En este espectáculo, el telón, que permanece cerrado hasta casi el final de la representación, termina abriéndose como símbolo del desvelamiento de lo que no queremos o podemos ver.

Nuestro protagonista se sitúa en un círculo giratorio en medio del escenario, sin escapatoria posible, donde reflexiona en alto sobre su existencia, su fragilidad, la capacidad de los hombres para seguir adelante tras el trauma y la tragedia. Mientras tanto, a intervalos, el resto de personajes, a su alrededor, le gritan, interrogan y acusan, magnificando así la sensación de claustrofobia.

¿Es el hombre un esclavo de sus circunstancias? ¿Es realmente libre para actuar como le gustaría? ¿Hasta qué punto somos responsables de la tragedia del Otro? Las preguntas se van posando poco a poco sobre el patio de butacas.

Si bien se trata de un mensaje bastante crudo, doy fe de que el espectador sale del teatro impactado y con buen sabor de boca. El elenco recibe una ovación bien merecida y varios “bravos”. Muchos aplauden de pie.

Al salir del teatro, la gente comenta la obra. Quizá aquellos que no hubieran leído la novela sientan infinita curiosidad por adentrarse en ella, o al menos en la versión cinematográfica de 1986. Vayan y vean esta función, en cartel hasta el día 3 de junio. Teatro en estado puro. No les dejará indiferentes.

Información práctica

Dónde: Teatro de La Abadía (Calle de Fernández de los Ríos, 42, Madrid)

Duración de la obra: 2 horas

Precio de las entradas: a partir de 22€

Edad recomendada: niños a partir de 8 años

Horarios: 26 de abril al 3 de junio

  • Martes a sábado: 19:30h
  • Domingos: 18:30h

 

* Artículo escrito por Susana Inés Pérez

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