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‘Doña Rosita la soltera’, en el Teatro Arlequín Gran Vía de Madrid

En abril de 2016, cuando aún vivía en Chicago, me acerqué al Looking Glass Theatre para ver Bodas de sangre (Blood Wedding). El montaje, ambientado en la California de la Gran depresión, incluía música, bailes y cánticos en directo que resaltaban la poesía del texto lorquiano traducido al inglés. Lorca internacional. Y es que la vida y obras del literato andaluz llaman la atención allá donde van.

En Madrid, sin ir más lejos, destacan, entre otras, La casa de Bernarda Alba, de la compañía de Paloma Mejía, en el Teatro Victoria, o Yerma, dirigida por Alexia Lorrio, en Teseo Teatro, que seguirán representándose durante el verano y que les animo a ver. Por otro lado, la propuesta poético-musical de María Sanz, Rosita Mutabile, cuya última sesión tuvo lugar el 19 de julio en el Teatro de las Aguas. Todos estos montajes aluden, con efectos más o menos espectaculares, a la imaginería de la poesía de Lorca y el surrealismo en sus tragedias.

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La compañía Trece Gatos se ha atrevido a llevar a escena Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, que se podrá ver hasta el 16 de agosto en el Teatro Arlequín Gran Vía de Madrid.

La obra transcurre a comienzos de siglo XX en Granada, en el florido jardín de los tíos de doña Rosita, y consta de una puesta en escena de reminiscencias cinematográficas, que recuerda por igual a los cuentos fantásticos o películas de Disney y a las creaciones de Tim Burton. A través de una cortina translúcida, que divide el escenario en dos, el espectador puede deducir lo que sucede en el interior de la casa.

Personajes femeninos brillantes

Los actores realizan un trabajo excepcional: explotan la vis cómica al máximo, miman a los personajes y los construyen con cuidado, los han estudiado hasta extremos insospechados. Personajes sobreactuados, caricaturescos, divertidos, casi ridículos, de maneras exageradas; vestidos, corsés y zapatos de corte gótico y cabellos cardados, eléctricos. Se trata de un experimento arriesgado e impactante, pero coherente. ¿No se debe acaso innovar y jugar con los clásicos? Pues creo que este montaje no disgustará ni a los más puristas.

Sin duda, las mujeres llevan el peso de la obra y son protagonistas indiscutibles. La tía de doña Rosita y la criada adquieren gran fuerza, atrapando al espectador desde el primer momento en que aparecen en escena. Ellas dos encarnan simultáneamente la alegría de vivir y las penas del alma. En pocas producciones se coge cariño a los personajes tan pronto durante la representación. Por otro lado, doña Rosita y sus amigas, las Manolas, aportan musicalidad, ritmo poético y emoción al espectáculo, realizando una coreografía singular mientras recitan los versos de Lorca que describen Granada de noche.

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Las rosas de la vida o la vida son dos días

Todos los personajes en escena, música de cuento y un narrador. Así comienza y termina la obra. El narrador nos traslada a la juventud de doña Rosita poco antes de que su novio se marche a Tucumán e irrumpe de nuevo en la representación para presentarnos sus épocas de madurez y vejez.

Las rosas que rodean el escenario se convierten en símbolo y metáfora del paso de tiempo, que hace mella en todos y cada uno de los personajes. Siguiendo muy de cerca el poema de Lorca sobre la rosa mutabile, incluido en la obra de teatro, el color de las rosas son indicadores de cada etapa vital. Los propios personajes, acompañando las palabras del narrador, salen al escenario semioscuro y, casi a modo de ritual, cambian las macetas de rosas: de las rosas rojas, pasamos a las rosas rosadas y, por último, a las blancas. El humo invade el escenario en estos momentos clave, contribuyendo a la atmósfera soñadora, fantástica, de cuento.

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En su madurez, Rosita se encierra en casa, quiere engañarse a sí misma e ignorar la fugacidad de la vida: “¡No quiero ver cómo pasa el tiempo!”, exclama. Lamentablemente, como repite el narrador: “el tiempo se desgrana”. En la escena en que celebra su 35º cumpleaños, sus amigas le regalan un broche con una rosa roja, lo que contrasta con las rosas rosadas que ya invaden el escenario; Rosita está anclada en un pasado de juventud, que ya ha volado. Ya vieja, huye de las miradas indiscretas y de aquellos que sienten lástima por ella.

El paso del tiempo también se refleja en las conversaciones que mantienen los personajes, especialmente doña Renata y el tío de Rosita, que ponen de manifiesto los avances tecnológicos, el uso de los primeros automóviles y, en definitiva, el cambio de era que algunos se resisten a aceptar. Asimismo, hacia el final del espectáculo, se produce un encuentro entre doña Rosita y la hija de una de sus amigas, un choque generacional tras el que Rosita reflexiona, despertando, a medias, de su letargo.

Ternura, crítica social y existencialismo

Como dice el narrador hacia el final del espectáculo, Lorca trató la figura de la solterona con ternura. Doña Rosita se mantiene en el limbo durante toda su vida: por un lado, la esperanza, las ilusiones, las ideas y los recuerdos; por otro, la realidad a la que teme enfrentarse. Este montaje, además, respeta la intención del autor, denunciando la poca libertad de la mujer y la presión social que sufre.

Doña Rosita, de blanco, parece un fantasma en medio del escenario, la eterna novia. Su mirada perdida provoca escalofríos, desprende esa combinación de angustia y horror presente en la obra de Lorca, con un puntito de locura.

Una historia bien contada, un final desolador, marcado por una magnífica iluminación y el contraste entre los vestidos blancos y negros, que invita al espectador a vivir el momento. Ya saben: ¡Carpe diem!

Información práctica

Dónde: Teatro Arlequín Gran Vía (Calle San Bernardo, 5, Madrid)

Duración: 90 minutos

Precio de las entradas: a partir de 10 euros

Horarios: hasta el 16 de agosto, los jueves a las 20:30 horas

Más información y entradas aquí

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