Vuelvo a las andadas con mis crónicas de viaje, pero en verano ¿Qué queréis? He vuelto a cruzar el charco, como los años anteriores, en los que os presenté a Honey Boo Boo o os dí a conocer el Eastern Market de Washington D.C. Pero esta vez os traigo algo de Orlando, Florida; ¡El parque temático de Universal Studios Orlando!
Empecemos por el principio; Orlando, el paraíso de los parques. Sí, fui a Disney World, que cuenta con cuatro diferentes zonas que conforman millas y millas de extensión de personajes, roller coasters y espectáculos. Pero el último día de mi visita a Florida lo reservé a Universal Studios Orlando…y fue el mejor de todos. Cada rincón estaba trabajado al detalle, todo salido de algún sitio mítico ¡Incluso había un restaurante Bubba Gump!
El parque se dividía en dos; Universal Studios Florida y Universal’s Islands of Adventure. Yo sólo pude ir a uno, por que a esas alturas no había más dinero para parques y además partíamos hacia casa al día siguiente. Elegimos Universal’s Islands of Adventure, y morí un poco por dentro cuando me enteré de que en el otro parque había una parte dedicada a los Minions y otra con una atracción de La Momia. Pero lo mejor estaba por venir…¡The Wizarding World of Harry Potter! Poneros en situación; soy de los noventa, mi infancia y adolescencia creció con Harry, Ron y Hermione. Era mi lugar. Era feliz y quise vivir allí. Por desgracia, el mundo de Harry Potter estaba repartido en los dos parques (que se unían por el mítico tren Hogwarts Express); en Universal Studios Florida tenían el Callejón Diagón que muy a mi pesar me perdí, pero todo lo demás lo teníamos en Universal’s Islands of Adventure.
Harry Potter no era lo único de lo que disfrutar en el parque; también teníamos El Parque Jurásico, La Isla de los Súper Héroes (donde estaba la montaña rusa más fuerte del parque; Hulk) y el cuco mundo de Dr.Seuss (un autor de libros infantiles muy famoso en América), entre otros. Pero Harry Potter era la estrella.
Primera parada; las tiendas de gominolas Honeydukes, donde pudimos encontrar todas las chucherías que aparecían en la película y que tanto les gustaban a Ron y Harry en ese primer viaje en el que se conocían y hablaban de las grageas y las ranas de chocolate (¡las ranas incluían una carta de un mago famoso en el interior!).
Al salir de ese paraíso dulce, junto a un escaparate en el que una pequeña mandrágora no paraba de gritar, probamos la famosa cerveza de mantequilla (granizada, porque Florida es sinónimo de calor del infierno). No es cerveza de verdad, pues es para niños, pero estaba deliciosa. No quiero fastidiaros el misterio, pero el sabor era parecido al caramelo de los Werther’s Original. Dulce y fresquito. Hacía calor, pero los tejados de esta pequeña ciudad estaban nevados, y cada callejón te metía más y más en la magia de la saga. Había niños y mayores, algunos vestidos con capas y otros bebiendo zumo de calabaza. De pronto, nuestras barrigas vacías nos obligaron a buscar un sitio para comer, y ¿Qué mejor que el Three Broomsticks? Era de madera por dentro y los camareros a veces te llamaban muggle. Los platos eran de película, y como éramos unos cuantos encargamos un “festín“, con mazorcas de maíz, pollo, patatas al horno, verduras y costillas. Nunca antes había comido tan bien en un parque temático, pero por lo visto ese no era el mejor restaurante del parque (porque el Mythos Restaurant ha sido considerado el mejor restaurante temático del mundo por varios años). Pero este era tremendamente rico y auténtico. Y bueno, vayamos a lo que realmente mola; Hogwarts y las atracciones. El castillo es visible desde la entrada de la zona de Harry Potter, muy al fondo, bonito y lúgubre.
La primera atracción a la que me subí fue el “Dragon Challenge“; una montaña rusa que consistía en una carrera entre unos dragones rojos y otros verdes (si no recuerdo mal). Me subí dos veces, una por cada equipo de dragón, y no sólo disfruté del viaje sino de la cola de espera, que recorría rincones oscuros con algún que otro decorado genial. La atracción en sí era de esas que te sujetan por arriba y te dejan las piernas sin apoyo. Mucho miedito.
La siguiente era “para niños” pero yo me cogí de la mano de mi amiga Anaïs de la misma manera desesperada que hice en la anterior. El “Flight of the Hippogriff” se llamaba, ya que al principio de ésta un gran Hipogrifo recostado en su nido te hacía una reverencia inicial (como en la película), y luego ya empezaba la velocidad. Pero lo mejor de esta atracción fue que, al ser exterior y tener momentos más lentos, se podía ver toda la ciudad de Harry Potter, sus tejados, castillos y decorados.
Y la última, mi favorita y la de la mayoría de los que tienen la suerte de visitar el lugar; “Harry Potter and the Forbidden Journey“. Era dentro del castillo de Hogwarts y no sé si me gustó más la cola o la atracción en sí. Mientras esperabas para entrar a lo que era un muy bien trabajado simulador, te recorrías las escaleras rodeadas de cuadros parlantes, los dormitorios de Gryffindor o incluso el despacho de Dumbledore, donde los libros se movían mágicamente. Era algo que no se puede contar; hay que verlo. Y la atracción en sí fue una de las más impresionantes que vi allí; varias de las aventuras de las que Harry Potter vive estaban por primera vez delante de tu propia cara, y a veces ibas volando por las aguas que rodean el castillo, en una escoba voladora, otras escapabas de las arañas gigantes del bosque, o de un dragón. Y en algún momento te ponían patas arriba y ahora no recuerdo el porqué. Lo único que recuerdo con plena viveza es la cara de niña de doce años que se me quedó al final. Volvería sin dudarlo, una y otra vez. Estuve a punto de llevarme a Dobby a mi casa, pero al final terminé con un E.T. suave y arrugadito.